Nada Bueno

by Chip Brogden

(traducción de Miguel Gonzalez)

“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita” (Romanos 7:18a).

Es un día grande para el Señor cuando un discípulo de Jesús aprende esta lección, la más básica de todas: que en mí, en mi Yo, en mi carne, no hay nada bueno. Esto es algo muy difícil de aprender para las personas. Jesús dice que sin Él no podemos hacer nada. Este versículo es muy bien conocido. No obstante, los cristianos siguen intentando hacer muchas cosas aparte del Señor. Sentimos que sencillamente tenemos que hacer algo; alguna cosa. E incluso a pesar de que la Biblia dice que no hay nada bueno en nuestra carne, y que la carne no aprovecha para nada, gastamos muchísimo tiempo haciendo cosas carnales aparte del Espíritu de Jesús, pensando que tales cosas son buenas y provechosas. Es imposible contabilizar cuántas cosas nos “sentimos guiados” a realizar y a decir que son realmente sólo cosas que nos sentimos bien haciendo y diciendo. Muchísimas veces el Señor no tiene nada que ver con ellas.

Este problema es parte de nuestra naturaleza adámica y permanece actuando en nosotros mucho tiempo después de que nacemos de nuevo. Antes de ser cristiana una persona tiende a creer que es intrínsecamente buena o moral. Al menos, dice, no soy tan malo como otros. Pero aquellos que conocen a Dios saben que para que una persona entre en el Reino debe primero ver su justicia como trapos inmundos, que todos hemos caído de la gloria de Dios, y que nadie es justo a Sus ojos. Nosotros protestamos diciendo que no somos tan malos, pero Dios dice que la imaginación del corazón del hombre solamente se inclina hacia el mal desde su juventud (ver Génesis 8:21). Para ser salva, una persona debe dejar de creer que tiene algo de justa por sí misma y aceptar el veredicto de Dios para ella. No importa cuán buena puede pensar que es comparada con el resto de la humanidad, tal persona es, de cualquier manera, pecadora en necesidad de un Salvador. Esa persona no puede nacer de nuevo hasta que, y a menos que reconozca y acepte lo que el Señor dice acerca de ella y de su condición.

Los que hemos recibido al Señor como Salvador hemos llegado a este conocimiento acerca del ser humano al menos una vez en nuestras vidas. Llegó un día en que llegamos a desesperarnos de salvarnos a nosotros mismos, y en vez de encaramarnos sobre nuestra propia justicia, confesamos nuestros pecados y admitimos nuestra necesidad de un Salvador. En ese momento, Cristo nos aceptó como Sus discípulos. Confesar nuestros pecados no nos cierra la entrada al Reino; por el contrario, abrió la puerta para que entrásemos. El auto-justificado, por otra parte, está descalificado por sus propias buenas obras. Cuán diferentemente juzga las cosas el Señor.

Conocer a Cristo, Conocer al Yo

Cuando somos nuevos discípulos hemos realmente entrado por la Puerta Estrecha pero aún hay mucho que nos sabemos y todavía hay mucho que necesitamos aprender. Conocemos muy poco acerca de Jesús, y sabemos muy poco acerca de nosotros mismos. Y así, el Señor comienza a guiarnos a través del Camino Estrecho. Él desea primariamente mostrarnos dos cosas: quiénes somos nosotros, y Quién es Él. Ambos conocimientos van de la mano. El Propio-conocimiento es tan importante como el Cristo-conocimiento. La revelación de Cristo comienza cuando Dios abre nuestros ojos para ver y conocer a Jesús. La revelación del Ego comienza cuando Dios abre nuestros ojos para vernos y conocernos a nosotros mismos.

Cuando vemos la insuficiencia del Ego y la suficiencia de Cristo, de manera natural nos cansamos de nosotros mismos y buscamos a Jesús. Por otra parte, si no nos vemos a nosotros mismos correctamente, invariablemente nos imaginaremos mejores de lo que realmente somos. Confundiremos fuerza carnal con fuerza espiritual y sabiduría carnal con sabiduría espiritual. Confesaremos con nuestra boca que no podemos hacer nada aparte de Jesús, pero en la práctica nos apoyaremos en nosotros mismos para llevar a cabo muchas obras. Con el tiempo todas esas obras se convierten en nada. Fallaremos cientos o miles de veces hasta que aprendemos esta lección: si proviene de mí, si proviene de mi carne, no es bueno. Antes de ver al Señor, Pablo era muy confiado en sí mismo y alguien peligroso. Aquellos que confían en sí mismos ni se han visto a sí mismos ni tampoco al Señor. Me temo que mucha gente tiene la idea de que Jesús vino al mundo sólo para tenderles una mano y ayudarlos a sentirse más exitosos y realizados en la vida. Hoy en día los libros cristianos más populares nos dicen cómo tener una vida mejor, como prosperar, como ser un “ganador”, como mejorar nuestras circunstancias, y como pensar pensamientos agradables, positivos, animadores acerca de nosotros mismos. El enfoque parece estar en hacer de la vida aquí en la tierra más agradable y placentera y en hacer creyentes más confiados y afianzados en sí mismos. Puede que no sea la intención explícita, pero es el resultado inevitable – y si se pueden utilizar algunas escrituras para apoyar la causa, mucho mejor. Sería un error equiparar santidad con miseria y tedio; pero es un error aún mucho mayor decirle a alguien cuán maravilloso es, a menos que primero se haya hartado de sí mismo y haya aprendido la lección que Pablo aprendió: “En mí (esto es, en mi carne) no reside nada bueno”.

El pensamiento positivo es apropiado siempre y cuando yo esté viviendo de acuerdo a la Verdad, pero si yo no estoy rendido a Jesús y vivo mi vida de acuerdo a mis propios términos, entonces no estoy en posición de pensar sobre mí mismo con una opinión positiva: yo estoy positivamente engañado. No necesitamos Auto-Estima, necesitamos Cristo-Estima. Mientras más veamos de Jesús menos confiaremos en nosotros mismos. Por eso es que, una vez que Pablo aprendió esta lección, escribió: “no tenemos confianza en esfuerzos humanos” (Filipenses 3:3b). Luego él continúa con una lista de cosas que parecen importantes en términos de religión – estatus, orden social, educación, y buenas obras – todas las cosas que tienden a hacer que tengas confianza en ti mismo y que te creas justo por ti mismo. Con un gran golpe, Pablo dice: “Y sin embargo, considero todas esas cosas como basura, para que pueda ganar a Cristo” (ver Filipenses 3:8). Él simplemente descarta lo que alguna gente pasa toda una vida tratando de lograr. Aquí tenemos a un hombre que conoce la suficiencia de Dios así como la insuficiencia de sí mismo.

“Eso está bien para nuevos creyentes”, podría decir alguien, “pero yo he sido creyente por muchos años. Yo tengo una buena relación con Dios, he tenido muchas experiencias espirituales y he tenido un gran progreso. Este mensaje es bueno para creyentes más jóvenes, menos maduros, pero no se aplica a mi persona”. Por el contrario, el perder toda confianza en ti mismo es la marca de la madurez espiritual.

El verdadero crecimiento espiritual se evidencia por la confianza incrementada en Cristo y la confianza disminuida en mí mismo. “Él debe crecer, más yo debo decrecer” (Juan 3:30). Tú nunca serás más grande que estas leyes espirituales. Cualquiera que piense que no necesita oír esto nuevamente, no lo ha escuchado realmente por primera vez.

El Ejemplo de José

Tenemos un gran ejemplo acerca de esto en la vida de José. Cuando José era joven se dio cuenta de que Dios lo había señalado para un propósito especial. Dios confirmó este llamado dándole a José sueños proféticos acerca de su futuro. José debió haber guardado esas cosas en su corazón y esperado tranquilamente a que Dios desarrollara Su Voluntad. Pero, siendo joven y estando lleno de auto confianza, José no pudo resistir el compartir esos sueños con su padre y sus hermanos. Como resultado, sus hermanos se pusieron celosos y casi lo matan. José fue vendido como esclavo y pasó muchos años en prisión. Parecía que sus sueños no se harían realidad. Sin embargo Dios usó todas esas circunstancias para enseñarle a José a no tener confianza en la carne.

Luego de muchas temporadas de tratos de Dios, José fue llevado al palacio para interpretar el sueño del Faraón. Aquí se presentaba una oportunidad para que José se levantara de una terrible situación por si mismo. Alguien finalmente lo reconoció por su don y tenía el poder de recompensarlo grandiosamente por ello. Pero el joven y confiado José ya no existía. Finalmente había aprendido la lección básica: “no yo, sino Cristo”. “¿Puedes interpretar mi sueño?” Preguntó Faraón. “No está en mí”, respondió José, “pero Dios te dará una respuesta” (ver Génesis 41:16). Y así lo hizo, porque ahora José, vaciado de sí mismo, era alguien confiable. José demostró aún más sabiduría y madurez al tratar con sus hermanos posteriormente, demostrando libremente una gracia y un amor sobrenaturales hacia aquellos que habían actuado con maldad hacia él.

Todas nuestras circunstancias, pruebas y problemas están diseñados para llevarnos al lugar en el que podamos decir al igual que José: “No está en mí”. Dios permite que vengan muchas cosas a nuestra vida que pudiéramos evitar si no fuésemos tan confiados y orgullosos. Dios tiene que trabajar largo y duro para abrirse camino a través de nosotros, pero qué maravilloso el día en el que finalmente aprendemos la lección, inclinamos nuestra cabeza, y rendimos todo ante Él. Entonces Él puede realmente usarnos; pero incluso si Él no nos usa, de todas maneras somos de Él. Sometidos a Él, estamos contentos igualmente donde Él nos coloque; sea que estemos sentados en un calabozo o sobre un trono.

El Ejemplo de Pedro

Pedro es otro buen ejemplo de cómo cada verdadero discípulo eventualmente aprende que no hay nada bueno en su carne. Pedro comenzó su camino con Jesús al igual que nosotros, reconociendo su pecaminosidad al decir: “apártate de mí Señor, que soy un hombre pecador”. Algunos protestarán argumentando su propia justicia y se sentirán como si le estuvieran haciendo un favor inmenso a Dios al volverse cristianos. Pero Pedro tuvo un comienzo espléndido al empezar reconociéndose a sí mismo francamente como un pecador, y así el Señor lo tomó como él era y comenzó a discipularlo.

Luego de haber progresado algo, sin embargo, Pedro comenzó a perder contacto consigo mismo. Él había seguido a Jesús durante tres años y disfrutó de un compañerismo cercano con Él. Él mismo había presenciado y realizado milagros en el Nombre de Jesús. A todas luces ya él no era un “hombre pecador”, sino que era un “hombre espiritual”. Anteriormente, Pedro se había considerado a sí mismo indigno de estar en la presencia de Jesús. ¡Y en un corto periodo de tiempo encuentras a este “hombre espiritual” discutiendo con los demás discípulos acerca de cuál de ellos sería el mayor! Esto debe mostrarnos que existe una muerte más profunda que nosotros necesitamos morir, y que mientras más “espiritual” nos volvemos, más fácilmente somos engañados por nuestra propia espiritualidad.

Si un dentista ofrece removerte uno de tus dientes sanos probablemente te rehusarías. Pero si en ese diente se desarrolla una caries, sólo es cuestión de tiempo antes de que estés buscando al dentista para que te lo saque. Mientras mayor sea el dolor, más rápido buscarás el alivio. De manera similar, cuando el Señor habla primero de tomar la Cruz, somos aptos para responder como lo hizo Pedro: “¡No Señor! ¡Que eso nunca te suceda – o a mí!” no vemos necesidad de morir porque el Yo aún no se ha convertido en algo suficientemente doloroso para nosotros.

Cuando nos cansamos del dolor que proviene de vivir en la carne, entonces con gusto le pediremos a Dios que nos reduzca para que Él pueda ser incrementado en nosotros. Hasta entonces, ninguna cantidad de enseñanza, argumento, o doctrina será suficiente para convencer a una persona.

Pedro resistió hasta el mero final. Él era un caso muy difícil, pero el Señor fue paciente. Cuando Jesús dijo que todos lo abandonarían, Pedro protestó y anunció que incluso si todos los demás se fueran, él nunca dejaría a Jesús. Exteriormente él actuó y habló como un creyente y discípulo profundamente comprometido. Pero cuando vino la tentación, ni siquiera pudo permanecer despierto suficiente tiempo como para orar. Quizás él no sintió que la oración fuese necesaria; ¡él era lo suficientemente fuerte como para resistir sin orar! Luego, cuando Jesús permitió que lo arrestaran, Pedro intentó defenderlo con una espada. Todos esos ejemplos demuestran cuán poco sabía Pedro acerca de sí mismo.

No fue sino hasta que Pedro negó al Señor tres veces que llegó a aprender la misma lección que aprendió Pablo: “Yo sé que en mí (es decir, en mi carne) no mora el bien”. Luego de haber negado al Señor se fue y lloró amargamente. Finalmente estaba quebrado. Se odiaba a sí mismo por lo que había hecho. Si era capaz de negar al Señor Jesús entonces era capaz de cualquier cosa. Finalmente había podido ver algo de sí mismo, y estaba avergonzado.

Extrañamente, mientras más indigno se sentía Pedro, ¡más lo buscó el Señor para restaurarlo y animarlo! El Señor no rompe la caña que está quebrada. Cuando Pedro era fuerte y arrogante, el Señor lo debilitó con una amonestación. Cuando Pedro fue lo suficientemente débil y humilde, el Señor lo fortaleció con ánimo. ¡Qué glorioso Señor tenemos, que conoce nos conoce a la perfección en dónde estamos y nos ministra exactamente como lo necesitamos!

Los Errores Sirven Para el Propósito de Dios

Jesús no se sorprendió ni se decepcionó cuando Pedro falló. De la misma manera, Él no se sorprende ni se decepciona cuando tú fallas. Más bien, Él está esperando a que falles para que puedas ser reducido a Él. Él no se hace ilusiones acerca de ti y Él te conoce a fondo. Él conoce que a pesar de que tu espíritu puede estar dispuesto, tu carne es débil. Nuestras debilidades no son el problema – el problema es nuestra falta de disposición en reconocer la debilidad.

Pablo no tenía confianza en la carne, por lo que pudo decir: “Me jactaré con gusto de mis debilidades, para que así el poder de Cristo pueda descansar sobre mí” (2 Corintios 12:9b). Pero nosotros no nos jactamos de nuestras debilidades de la manera en que Pablo lo hacía. O bien nos rehusamos a admitirlas, o las escondemos, o bien intentamos hacer ciertas mejoras, o intentamos cubrirlas sobre compensándolas en algún otra área. Las personas lucharán y discutirán conmigo en este punto porque buscan desesperadamente salvar algo para sí mismos. Ellos tienen una auto-estima frágil y esta clase de noticias son muy dolorosas para ser soportadas.

¡Pero te traigo buenas noticias, querido amigo cristiano! Esta falla del Yo es la mismísima llave para la vida cristiana. Es doloroso, pero las amargas lágrimas del error proveen el agua para nutrir la Preciosa Semilla que es plantada en tu corazón y que la hará crecer. El llegar a cansarnos de nosotros mismos es la llave que abre la puerta para todo el poder, la victoria, y la fructificación en Cristo que buscamos. “Yo sé que en mí (esto es, en mi carne) no hay nada bueno”. Yo lo sé, dice Pablo. Nada bueno. Aparte de Él no soy nada. Él es Todo. Cristo en mí es mi única Esperanza. En una parte de mí, mi carne, no hay nada bueno. En la otra parte de mí, en mi espíritu, vive Cristo.

¿Por qué te falta el poder? ¿Por qué eres incapaz de caminar en victoria continuamente? ¿Por qué no ves fruto? Porque el poder, la victoria y el fruto sólo vienen a la persona que está parada en terreno de resurrección. El aceite santo de la unción de Dios no es derramado sobre la carne. Dios no les da esas cosas a personas que aun viven para sí mismos. La Vida de Resurrección es para aquellos que ya ha muerto – ¿cómo podría ser de otra manera? A menos que un hombre haya pasado a través de la muerte no puede saber nada acerca de la resurrección. Si una persona no consiente con la Cruz, entonces no morirá, y si no muerte entonces no puede ser resucitado. Si no es resucitado, no puede ascender con Cristo y estar sentado con Él en los lugares celestiales, porque “sangre y carne no pueden entrar en el Reino de Dios” (1 Corintios 15:50).

Si tienes una Biblia de Promesas, uno de tus pasajes favoritos probablemente sea Filipenses 4:13: “Todo lo puedo en Cristo Quien me fortalece”. Ten en cuenta, no obstante, que el mismo hombre que dijo eso también dijo: “Yo he sido crucificado con Cristo” (Gálatas 2:20). Yo lo puedo todo por medio de Cristo Quien me fortalece, pero esa Fuerza sólo es perfeccionada en mis debilidades (ver 2 Corintios 12:9). Recuerda también que “aparte de Mí, no pueden hacer nada”, que también es una promesa dorada, ¡pues te prometo que cualquier cosa que hagas aparte de Jesús no te contará para nada!

Cómo Entrar

¿Por qué es tan difícil para un hombre rico entrar en el Reino de Dios? Porque la riqueza crea la ilusión de control y esto da lugar a la auto-confianza. El dinero es como una droga que lo hace a uno invencible. Una vez que el dinero se va, la ilusión es destruida y lo que sigue es una humildad natural.

Aquellos que son ricos en experiencias espirituales encuentran igualmente difícil entrar. Con frecuencia cuando una persona se considera a sí misma “apostólica” o “profética” o “espiritual” o “llamada para el ministerio”, presenta un desafío tremendo. Es más difícil enseñarle algo a esas personas o incluso discutir algo con ellos, porque no son pobres en espíritu, son ricas en espíritu. Le gusta discutir, debatir, refutar, y encuentran fallas en los demás. Al igual que el joven José, tales persona siempre tienen un sueño, una visión, una palabra que hablar, per les falta sabiduría y madurez. Son el tipo de personas que le darán la vuelta al mundo predicando un mensaje, pero no cruzarán la calle para ir a escuchar uno. Ellos quieren ser vistos y oídos, pero no pueden soportar ver o escuchar a los demás.

Amigos, puede ser difícil entrar, pero no es imposible. Es imposible para el hombre, cierto; pero para Dios, todas las cosas son posibles. Mientras más pronto aceptemos la imposibilidad del hombre, más pronto aceptaremos la posibilidad de Dios. La manera para entrar está justo aquí: “He sido crucificado con Cristo. Ya no soy yo el que vive, sino que Cristo es quien vive en mí” (Gálatas 2:20). La solución de Dios a nuestro problema es clavarnos a la cruz con Jesús. Si aceptamos esta sentencia de muerte entonces todos nuestros problemas morirán junto con nosotros. Los problemas no morirán hasta que nosotros mismos estemos bien muertos. Pero el día en que dejemos de luchar y aceptemos humildemente la Cruz, encontraremos que todo encajará. Podemos protestar nuestra inocencia y morir lentamente como los dos ladrones, o podemos tranquilamente encomendarnos en las manos de Dios y rendir el espíritu.

¿Qué debemos hacer para entrar? La primera cosa que hay que hacer es dejar de hacer. Permitámonos digerir bien las siguientes palabras: “Hoy, Señor, me rindo. Estoy acabado. Yo sé que en mi carne no hay nada bueno. Aparte de Ti yo no soy nada, aparte de Ti no puedo hacer nada. Ni siquiera sé cómo orar. Acepto la sentencia de muerte, y confío en Ti para levantarme de la muerte. Mientras yo soy disminuido, que Tú seas incrementado en mí. He aprendido que yo no puedo; por lo tanto no lo haré. No lo seguiré intentando. En Tus manos encomiendo mi espíritu. Tú eres la Resurrección y la Vida, y yo esperaré a que Tú me levantes de la muerte. No me levantaré yo mismo. Permite que Tu Fuerza sea perfeccionada en mi debilidad”.

Cuando esto es una realidad práctica para una persona, y no solamente teoría, sonará parecido a esto: “Yo solía estar confiar bastante en mí mismo y ser muy seguro, pero hoy en día no tengo confianza en mi mismo. Solía ser muy activo, pero actualmente estoy contento estando quieto. Si Dios se levanta dentro de mí, ciertamente le obedeceré; pero si Él no se mueve, no me atreveré a dar ni un solo paso más allá de Él. Desarrollaré cosas, pero no lo haré de acuerdo a lo que yo quiera hacer. En vez de eso, haré las cosas de acuerdo a Su deseo y Poder que obran en mí, poder que me fortalece para hacer todas las cosas, poder que es perfeccionado en mi debilidad. Ya no esconderé mis debilidades, me deleitaré en ellas; porque ellas me permiten conocer la verdadera Fuerza. Busco a Cristo dentro de mí para superar mi falta de habilidad. Me he rendido a Él como un esclavo, como un prisionero del Señor. Si vivo, soy del Señor. Si muero, soy del Señor. Así que, en vida y en muerte, le pertenezco a Él”.

Amigos, Jesús no dice: “Yo soy la Crucifixión y la Muerte”. Él dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. ¡Mediten en la diferencia! La Resurrección y la Vida están al otro lado de esta Cruz que Jesús requiere que tomemos. La Cruz es la Puerta de Vida que nos lleva a la Tierra Prometida de la Resurrección. Abracemos la Cruz y deleitémonos en la Cruz, pues ella es el poder de Dios para lograr Su Propósito. Amén.

About the Author

CHIP BROGDEN is a best-selling author, teacher, and former pastor. His writings and teachings reach more than 135 nations with a simple, consistent, Christ-centered message focusing on relationship, not religion. Learn more »

ONLINE BIBLE STUDY

You have Successfully Subscribed!